domingo, 4 de marzo de 2007

Decoración neoclasicista típica de una postal muy, muy opaca en el pasado de alguien que no es él. Una fotografía repleta de caras, narices, ojos y bocas pretendiendo escapar. En este siglo aún no se le ha dado nombre a las fotografías con relieve, que se mueven, se alteran, vibran.

Las caras tratan de salir. Tratan de escapar desesperadamente, sus bocas adquieren dimensiones espectaculares. Las que lo consiguen, caen al suelo del pasillo y resuenan como un cubo de agua siendo vaciado sobre el frío suelo de gres. Las caras, como masas de agua, reflejan en su caída los recuerdos. Diferentes y cúbicos recuerdos, estrellándose contra el suelo y formando charcos con más caras, más momentos, más lugares.

Y, un poco a la derecha de todo esto, de todas las caras y de todos los charcos de recuerdos mezclados, su deforme cabeza, bifurcándose. Tomando rumbos completamente contradictorios y asimilando la información. Proponiéndose más y más caminos. Diluyéndose en el cosmos, tornándose barrigudo ahora, flacucho después. Alto, bajo, muy alto, muy bajo, rezumando caos.

Se encuentra sentado en una silla mientras todo esto ocurre. Por los poros le brotan aspirinas pastosas y burbujeantes. Por la boca escupe barbitúricos, inundándose en un insomnio nervioso severo durante casi un minuto entero. Vomita, entonces, analgésicos y el dolor empieza a volverse insoportable. Siente que se muere, y se levanta de la silla, caminando lentamente. Se arrastra dejando algo parecido a la baba de un caracol. Visualiza su objetivo y camina hacia él, quejándose y balbuceando maldiciones ininteligibles.

Mete un pie. Luego el otro. Poco a poco, hasta estar definitivamente dentro. Un espejo. Repleto de nueva información. Un sujeto dispuesto a ser tu reflejo.

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