martes, 15 de mayo de 2007

Nicolás

Descubrió que su placer como gato consistía en destripar. No era un gato corriente, por sus venas no latía la misma aburrida sangre de un gato común. Era un gato poseído por el hastío hacia la raza humana.

Elegir una presa.
Acecharla.
Acercarse sigilosamente.
Saltar y...
En cuestión de segundos...

Degollar.
Decapitar.
Despellejar.

Sacar ojos.
Vaciar tripas.
Arrancar cabelleras.
Deglutir orejas.

Como gato que era, Nicolás siempre supo que una buena raspa de pescado es el sustento cuando no hay otra cosa. Pero no siempre hay por qué alimentarse de las sobras de una raza obesa, pensaba. Y actúaba. Porque si algo distinguía a Nicolás de los demás gatos fanfarrones del barrio que leían a Maquiavelo y soñaban con tremendas matanzas, es que, Nicolás, hacía lo que decía. Incluso más, pues no era muy hablador.

Nicolás era un gato. Pero no era un gato corriente. Era un gato muy especial.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Huele a sudor. El tacto es húmedo y el sabor salado y ácido al mismo tiempo. Una acidez que se queda impregnada en cada una de tus papilas gustativas y permanece en los cilios de tu epitelio olfativo aún después de algunas horas.

Después de un buen rato, tus dedos se arrugan, lubricados. La mucosa los envuelve. Probablemente tu barbilla también esté contagiada de estas sensaciones que maravillan la superficie medial del lóbulo temporal y la cara anterior de la circunvolución central posterior del lóbulo parietal de la corteza somatosensorial de tu cerebro.

La adrenalina se dispara cuando el permiso es dado, incluso sin palabras. Cada convulsión, cada jadeo o gemido producen en ti una expectación desaforada.

La explicación es sencilla: deseas su orgasmo como ella misma.