martes, 27 de febrero de 2007


Mirando la misma cara después de la estúpida pregunta, espera.
Espera, espera, espera y espera.
El ángel, sentado, con expresión infantil y risueña sigue con la mirada fija en otra parte. Sigue sonriendo mientras, con expresión dolida y expectante, la niña sigue fija en él.

Y responde. Al fin responde. La respuesta, escueta, seguida de una risita coqueta y una mirada ensoñadora, inquieta a la pobre niña, que se deshace en suposiciones, sospechas y otros delirios.

La respuesta inquieta también a las pecas de la niña.

¡Mi ángel, mi ángel! -piensa ella, mirando al ángel.
¡Mi ángel, mi ángel! -piensa él, mirando, como acostumbra, a otra parte.

Entonces llega Dios y el ángel desaparece. Mira a la niña a los ojos con expresión desdeñosa y le gruñe que la ha estado escuchando, en sus pensamientos, y que se deje de gilipolleces porque los ángeles no existen y ya tiene edad para saberlo, joder.
La niña llora.

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