viernes, 16 de marzo de 2007

A su edad, se conserva realmente bien, piensa el señor Jorge, mientras la mira obsesivamente prestándole bastante más atención que a su asqueroso curro de limpiacristales. Hoy tocaba su clase, como cada mes, y es el único día, continúa en su monólogo interno, en el que merece la pena armarse con la esponja y el rascador.

Es usted vieja y tiene el culo caído, piensa una avispada alumna interrumpiendo el maremágnum de palabras que llegan a sus oídos desde esos...

Horribles y arrugados labios, como pasas, con un asqueroso fruncir cada 2,07 segundos, sería mi manera de describirlos, no recuerdo muchas cosas de aquella época, pero sí a esa profesora, sin duda alguna -la misma alumna, cincuenta años más tarde, una foto en mano y sorbiendo lentamente de su tacita de té, mientras me ofrece galletitas que yo, por supuesto acepto, observando que son esas majestuosas galletitas de canela que tanto me gustan y que nadie, repito nadie, en su sano juicio, rechazaría.

Sus gestos, estilosos, expresan perfectamente cada una de sus palabras que, con sus manos al compás, acompaña, no cortando el aire, sino acariciándolo, fluyendo a través de él -el señor Jorge, otra vez, mirándola mientras ella saca sus toallitas del bolso, otra vez más, como cada vez que escribe en la pizarra, para limpiar sus manos de tiza.

¿Señorita Segundo, está usted atendiendo o no? -doña Teresa con su voz tan...

Estridente y horrible -Juan, acordándose de aquella señora que tanto le amargó la infancia.- Encima de que en todo me suspendía, tenía que soportar su terrible apariencia y sus grañidos de bruja. Con esos ojos vueltos del revés... Me es imposible olvidarla, sí señor.

En mi diario, mi abuelo habla de un encuentro con ella, ¿sabe? Unas primeras palabras y... -nieta de Don Jorge, acerca de las intimidades de su abuelo y aquella odiada, y también querida, profesora.

"Qué salvaje... ¡a mi edad! Nunca lo hubiera imaginado. La segunda vez que me dirigí a ella personalmente para algo más que cuestiones profesionales, acabó encima de la mesa conmigo detrás en un movimiento realmente..."

Ella también tenía un diario.
"Después de aquel día, y durante un mes, me ahorré lavarme las bragas. Y bien que me alegré aquel primero de Junio, sí señor..."

1 comentario:

Hembra Radiactiva dijo...

Despacito y con buena letra, eso nos decía la profesora durante los dictados. Doña Teresa, así se llamaba ella, maestra ya medio vieja y muy tradicional, de familia militar y recién convertida en abuela. Llevó un día al neonato al aula, pero nadie dijo nada. Era casi tan desagradable como ella. Lo erótico, que en ella siempre fue subyacente, se perdió por completo justo después de tener a su última hija, la que ahora es madre del homúnculo informe y de gran cabeza. Por eso ya no tuvo más hijos; su carencia de sensualidad, la sequedad de su vagina, su labios contrayéndose, el vapor de sus entrañas condensándose al salir por sus labios y, en general, un conjunto de sumas cualidades para el desecho, constituían la clave para que el marido limitara el flujo seminal al efluvio de las pajas nocturnas. Recuerdo aquella frase una y otra vez cada vez que me meto en las fosas nasales lapiceros, pulseras, cocodrilos y penínsulas de Yucatán: despacito y buena letra, despacito y buena letra.